SABATO, Ernesto (2008).
El túnel, Barcelona: Editorial Seix
Barral, S.A.
Al fondo del
túnel, la muerte.
…en todo caso había un solo túnel, oscuro y
solitario:
el mío, el túnel en que había
transcurrido
mí infancia, mi juventud, toda mi vida.
Ernesto Sabato
El Túnel, de Ernesto Sábato, una obra que tiene un
título cuja pequeñez es inversamente
proporcional a la inmensidad de signos velados y sorpresas que puede encerrar.
Hace pensar en un camino oscuro, lleno de misterios, cuyos
enigmas me despiertan una enorme voluntad de descifrarlos como si fueran un
llamado irrechazable. Y además, después de leer el texto de la contraportada, me
he dado cuenta de que se trataba de una peculiar historia de amor, soledad,
engaño y asesinato. También llamó mi atención el hecho de que el autor de "El
Extranjero", Albert Camus
refrendó esta obra “ante la crítica mundial”.
Y porque todas las visiones de la vida me interesan, me animé a la
descubierta de la “visión metafísica del existir” y salí de mí para cogerla en
el testimonio de esta obra. La acción
humana encierra y siempre encerrará incontables puntos de interrogación y siempre
que se abre la “caja” de la existencia y se encuentra la solución para uno de
ellos, un cualquier suceso pone en causa todas las respuestas revalidando al
ser humano el recóndito reconocimiento de su propia finitud.
La oscuridad de este túnel
misterioso que sigue en la vida real actual, en el sufrimiento de muchísimas de
mujeres maltratadas y torturadas hasta la muerte a las manos de aquellos que
juraron amarlas “todos los días de su vida”, en todo el mundo. Son las mentes
perniciosas de muchos “Castel” que persiguen por las calles de la vida, las Marías
que osaron acechar por la “ventana” de sus corazones, sin lograr ver al fondo
del túnel la verdadera esencia enferma de celos, o de pura maldad, que encubría
ese ser que se convertiría en su carrasco. Es de un realismo atroz, cuando
verificamos que estas víctimas tienen rostros y nombres y que sufren en el
cuerpo y en el alma toda la locura ajena. «La violencia es la
responsable del siete por ciento de la mortalidad femenina en el mundo en el
segmento de edad de 15 a
44 años. En algunos países, hasta el 69 por ciento de las
mujeres aseguran haber sufrido agresiones físicas en algún momento de su vida y
el 47 por ciento dicen que su primera relación sexual fue obligada». Estos datos avergüenzan al
Hombre que se dice dotado de razonamiento y de inteligencia. En toda la Europa el cuadro está
teñido de colores negros y sombríos por la realidad del maltrato. En 2008 el
Consejo de la Europa
publicó unos datos «escalofriantes y dramáticos: un 25% de
las mujeres europeas ha sufrido malos tratos una vez en su vida y un 10% ha
sido víctima de agresiones sexuales».
El problema es real, las denuncias se hacen en la prensa y en la policía, pero estos
crímenes escasamente resultan en punición efectiva. Al contrario, somos
obligados a asistir a la pasividad de los gobiernos delante de este flagelo,
como si fuera preferible ignorarlo a atacarlo. Tal vez no se hayan dado cuenta
de que el proverbio popular: Entre marido
y mujer no metas la cuchara, ha sumergido en el despropósito.
Encerrado en su mórbido egoísmo velado en
su taller, este pintor (Juan Pablo Castel) osó tentar explicar una
monstruosidad inexplicable. En sus palabras se vislumbra una profunda contradicción.
¡Cuántas
veces me he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller,
después de leer una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no
siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto,
los criminales son gente más limpia, más inofensiva (…) ¿Un individuo es
pernicioso? Pues se lo liquida… (…) En lo que a mí se refiere, debo confesar
que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad,
liquidando a seis o siete tipos que conozco. (Sabato, 2008:7,8)
El narrador demuestra tener un espíritu extremamente
sensible a los actos criminales que lee en la prensa y parece ver más allá de
lo que está escrito, experimentando, incluso, un sentimiento de vergüenza. En seguida, paradójicamente, llama a sus
autores de limpios e inofensivos, para inmediatamente opinar que deben ser
muertos los individuos perniciosos. ¿Se referirá él a los criminales o a sus víctimas?
Y ¿adonde se incluye a él propio, cuando declara que debería haber matado unos
cuantos más? ¿Se considerará una víctima? Es lo que parece. Me causó escalofríos y tuve la nítida
sensación de haber entrado en la mente peligrosa de un psicópata para quién la
vida humana no vale nada. En todo el según capítulo, el narrador hace una
introducción sui géneris en la que
dice conocer «bastante bien el alma humana para prever que pensarán en vanidad»,
por querer relatar su éxito. No obstante, creo que esconde, por detrás de sus
angustiadas contradicciones, una sutil crítica a la humanidad por su propio
aislamiento y por no haberlo comprendido.
Al leer la última frase del según capítulo: «Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente,
la persona que maté.», una interrogación sobresale: ¿Por qué? Y entonces, continuamos
la lectura para obtener las respuestas. Entremos
en el túnel y hagamos el camino inverso. La respuesta me parece acontecer en el
capítulo XXXVI, cuando se da cuenta de
que en los túneles en los que María y él estuvieron viviendo, o mejor dicho en
los que la imaginación de Castel vivió un amor de ficción, no existían
pasadizos, y, por ello, no podrían jamás encontrarse. Todo fue «una estúpida ilusión». En cada
recusa de María, su imaginación enferma se yergue en un muro de vidrio que él
cree que le muestra claramente la alevosía de su amante y, por consiguiente,
los motivos de sus recusas. Decide
entonces, en un acto de egoísmo y celos, acabar con su compañera de viaje por
el túnel oscuro y laberíntico de su mente. En los momentos que anteceden el
crimen, Castel siente que su destino «era infinitamente más solitario que lo
que había imaginado». El vacío de su
existencia se convertiría en la tumba de la única mujer que habría podido
rellenarlo y en su propia cárcel definitiva.
La
mente humana sigue siendo una gran sorpresa y creo que todas las acciones
humanas van allá de sí mismas, por veces, en un inconsciente dubio y marchitado
de colores sombríos. Con la lectura de esta obra, tuvo la oportunidad de hacer
una pequeña pesquisa cuya temática apenas se encaja en el ámbito de este
trabajo. Constaté que la estrecha senda hasta la igualdad, sobre todo la de
género, tiene aún muchos obstáculos que deberán ser eliminados. Desde la
“ventana” de mi pequeño mundo vi y oí los ecos, quizás ya indistintos, de voces
silenciosas que claman justicia. Todas las veces que el sonido /’t u n e l/ llegar a mis oídos, me acordaré
de que hay, por ahí, muchos “Castel” solitarios entre la muchedumbre,
intentando llenar sus existencias vacías…
Y lo lamentaré.
17 de
Junho de 2009
Lurdes
Meneses